martes, 21 de noviembre de 2017

Fernando

Fernando estaba agotado.  Fernando quería escaparse. Su mamá trabajaba todo el día, su papá los había abandonado y su media hermana, Carina, lo detestaba. Fernando, no aguantaba mas esta situación. Al colegio no quería ir, no hacía su tarea y no le interesaban ni las clases de gimnasia. Su mamá volvía muy tarde y lo único que hacía era retarlo.
-¡Fernando, ponete las pilas! ¡Estoy harta de firmar malas notas!
Su hermana, quien era brillante en la escuela, se burlaba de él.  
-¡Burro! ¡No sabes nada! Yo siempre voy a hacer mejor que vos.
Todas las mañanas se levantaban, tomaban un desayuno rápido y su mamá los depositaba en la parada del colectivo. Carina y Fernando viajaban juntos. Carina, pagaba el boleto y se ponía los auriculares. En cambio, Fernando se quedaba contemplando el paisaje. El colectivo hacía un gran recorrido. Pasaba por el barrio, por el centro y luego tomaba un camino en donde había árboles gigantes. Fernando decía que era un bosque. Su mamá y Carina lo miraban con cara extraña.
¿Qué bosque, Fernando? No hay ningún bosque acá.  Se le dice reserva y adentro hay casillas. No digas pavadas.  Decía su mamá.
Esa mañana, Fernando miró a Carina. Ella estaba con los ojos cerrados escuchando música. Pensó dos segundos y tocó el timbre del colectivo. Era la parada del “bosque”.  Fernando se bajó. Miro desde la calle a su hermana y se dio cuenta que ella no se había enterado de su decisión.
Mientras Fernando cruzaba el cerco que separaba la vereda del comienzo del bosque se dijo a sí mismo: “No estoy tan lejos de casa. Además podría volver caminando y sino, que me busquen”.
Caminó muchísimo con su delantal y su mochila. Recorrió el bosque, miro cuán alto eran los arboles, tocó el pasto, divisó las aves que habitaban el lugar. Por primera vez, Fernando se sentía bien. Tranquilo y en paz. Siguió caminando hasta que llegó a un árbol, según él, el mas alto de todos. Decidió sentarse a comer unos sándwich de jamón y queso que su mamá preparó esa misma mañana para que almuerce en la escuela. Se los comió con muchísimas ganas y así como terminó de comer se hizo una bolita y se echó a dormir.
Fernando no pudo determinar cuánto tiempo pasó desde que se bajó del colectivo. Tampoco se podía imaginar si su hermana y su mamá lo estaban buscando.  Lo que sí pudo determinar fue que algo lo estaba mojando. Pensó que se había largado a llover, pero no quería abrir los ojos. Pensó que eso era un bajón. Su mamá siempre decía “Si te agarra la lluvia sin abrigo, te enfermas seguro. No te mojes los pies” . Fernando estaba preocupado.  Cuando abrió los ojos vio que en una parte del bosque no llovía pero sí llovia en donde estaba él acostado.  Se le cruzó por la cabeza pensar que se había transformado en un dibujito animado al  cual lo perseguía un nube tormentosa. Finalmente se despertó y se incorporó. No podía creer lo que estaba viendo. Era como una especie de oso… gigante. O era un monstruo. No podía diferenciar. Lo que sí pudo saber que no era que se había largado a llover, si no que este oso gigante estaba llorando al lado del árbol que él había elegido para dormir.
Lo tocó. El oso miró para abajo y se asustó.
Tranquilo, le dijo Fernando.  El oso se secó las lágrimas. Y lo miró profundamente. El oso se arrodilló para estar a la altura de Fernando. Lo seguía mirando. Fernando quería correr hacia la calle y tomar el colectivo como sea.  Empezó a tener miedo ya que el oso no hacía mas que mirarlo con atención.  Lo miraba, lo olía. El pensó que se lo iba a comer. Recordó que en el tupper le había quedado un sándwich. Abrió su mochila lentamente y se lo dio a ese gigante.  El oso sonrió y se lo devoró.
Fernando se presentó y le preguntó por qué estaba llorando. Ambos se sentaron en el suelo. El día estaba hermoso.  El gigante le dijo:” Yo me llamo Ariel y vivo solo acá. Me escondo porque la gente se asusta. Por eso acá no viene nadie. Pero yo era como vos, ¿sabes? Trabajaba en un almacen del barrio. Un día me enojé con mi familia y les desee lo peor. Me vine a caminar por acá solo… me quedé dormido y me desperté con pelos en el cuerpo, dientes gigantes y filosos. Nunca supe si mi familia me buscó o no. Una vez vinieron unos policías, estaban con linternas y armas. Yo me asusté y los asusté. Después no vino nadie más, salvo vos.”
Fernando, se vió reflejado en la historia de Ariel. Le dijo que él se había escapado de su casa. Ariel le dijo que vuelva. Que no haga esto. “Tu mamá te debe estar buscando desesperada. Volvé”
Fernando le dijo, “Estoy perdido, no se cómo.”. En ese momento, sienten unos ruidos a sirenas.

A lo lejos, ven como unas personas entran al bosque. Gritan, hacen ruido, entra hasta una camioneta azul. Finalmente, oyen que una señora vestida de azul grita “Fernando, hijo, por dios.”. Fernando se da cuenta que era su mamá, va corriendo hacia ella.  Hasta que llegó a un punto en el que no pudo correr mas. Se dio cuenta que estaba siendo espectador de esa búsqueda. Vió a su mamá llorar al ver su mochila tirada en el suelo.  El quiso gritar pero su mamá no lo escuchaba. Solo lo escuchó a Ariel quien le dijo “volvió a pasar. Lo siento mucho”.

Mica.

La gran aparición


¡Al fin llegó el sábado! Estuve esperando este día toda la semana.
El cumple de Lucas empezó a las ocho en punto. Yo desde las siete y media estoy escondida en la piecita del fondo, esperando mi gran aparición.
Antes de eso, Lucas abrirá los regalos, jugará con sus amigos y comerá muchas cosas risas saladas, porque antes de lo dulce voy a entrar yo.
Ese es mi momento favorito. Me pongo la gran capa negra y salgo a repartir mucha felicidad. Todos se alegran mucho al verme, excepto Lucas que tiene vendados los ojos para intentar pegarle a la caja llena de dulces que tengo escondida debajo de mi capa. 
Realmente amo que me peguen. Ellos lo hacen con todas sus fuerzas, creyéndose superhéroes, pero a mí ni una cosquilla me hacen. Eso sí que es muy divertido.
Finalmente, luego de seguramente varios intentos, Lucas logrará romper el recipiente oculto y todos los niños se abalanzarán sobre mis pies para recoger las tan ansiadas golosinas. 
Cuando el piso quede completamente vacío, yo emprenderé el regreso a casa, con una gran sonrisa en mi rostro y muchísimas ganas de que el próximo cumpleaños infantil humano llegue pronto.

Ceci.
Conociendo a Ray (3 Generations) - en Netflix

El film cuenta una emotiva y conmovedora historia de tres generaciones de una familia que vive en Nueva York y debe afrontar una transformación que cambiará la vida de una de ellas, pero que afectará también a las demás. Ray es una adolescente que, a pesar de haber nacido mujer, se siente varón y lleva años viviendo como tal. A sus 16 años, decide comenzar un tratamiento de reemplazo de hormonas y su madre soltera, Maggie, deberá encontrar a su padre biológico para conseguir su consentimiento legal. Junto a Ray y Maggie, vive además su abuela, quien a pesar de tener un estilo de vida muy liberal, encontrará difícil aceptar que ahora tiene un nieto. Juntas, las tres, deberán enfrentar sus propias identidades y aprender a aceptar los cambios, uniéndose más que nunca como familia para encontrar la aceptación y el entendimiento.







Adán y Eva


Todos los domingos voy a la iglesia con mi familia. No sé porqué  los adultos van por un lado y nosotros para el otro. Los grandes van a un salón grande con muchos bancos de madera largos y en el fondo un escenario donde se para un señor con traje que siempre lee un libro y cuando habla parece que grita. A mi ese señor me asusta un poco, pero a los demás parece que no y repiten una palabra todo el tiempo.
AMÉN repiten, yo no entiendo por qué dice que amen, ¿a quién tienen que amar? Mucho eso no entiendo pero por las dudas yo lo repito también, y mamá me sonríe.


Hasta que llega la señorita Belén y nos lleva a todos los nenes a la escuelita dominical, yo voy con mis primas Evelyn y Gloria. Me gusta la escuelita dominical porque cantamos y bailamos, la que más me gusta es una que dice el nombre de mi prima Gloria, no me acuerdo ahora como es, pero se que me gusta!


La señorita Belén siempre nos cuenta distintas historias de un libro que dice que se llama la biblia, es el mismo que lee mi mamá con el señor que grita, pero nosotros no tenemos que decir amén.


El otro día nos leyó de ese libro la historia de Adán y Eva, los primeros hombres sobre la tierra. Mucho no entiendo yo, porque en los dibujitos que nos mostró la señorita Belén, Adan y Eva tenían la piel y el pelo del color de mi mamá y mi papá, pero ¿cómo hicieron para tener hijos chinos como mi vecinito de mitad de cuadra que vive en el supermercado? ¿o con la piel tan oscura como mi amiga Leila del jardín? Mamá me dijo que los hijos salen parecidos a sus papás pero no entiendo cómo hicieron Adán y Eva para tener hijos tan distintos. Quizás fue un milagro, mi abuela Nilda cuando ocurren cosas que no puede explicar dice que es un milagro, lo mismo hizo la señorita Belén cuando le pregunté. Así que como no se me ocurre cómo hicieron Adán y Eva yo también voy a decirlo. Por si mis primas algún día me preguntan…

MeMé

Eso sí que no


  Se había quedado dormido. Otra vez, se había quedado dormido.
 Es que de tanto estar así, parado en medio de la nada, a uno le entran ganas, si lo sabré yo… Pero eso que le pasó a él sí que no, ¡qué desgracia! De solo pensarlo me agarra una cosa…
 Se había quedado dormido y cuando despertó, así, con los ojos todavía medio entrecerrados, notó que algo espeluznante le colgaba de una de sus extremidades. Era una cosa inconexa, de ramas blandas y copa rubia, que movía su tronco de forma salvaje. Savia inquieta, diría mi abuela…
 A mi amigo casi le agarra un ataque. Trató de sacudirse ese adefesio como pudo pero no había forma. Si el pobre no se desmayó del asco es porque no podía pero ganas no le faltaron y con razón.
 Porque un pájaro, aunque sea carpintero, uno se lo aguanta, ¿qué va a hacer? Pica un poco pero no es para tanto. Pero un bebé (parece que les dicen así) no.
 Eso sí que no.



Arsenius

A Verónica se le perdió el bebé

La tarde estaba soleada y más cálida que de costumbre así que agarré mi librito de piratas y me fui a sentar bajo la sombra del eucalipto del fondo de mi casa.
Me gusta venir acá porque puedo ver todo el patio del fondo en su totalidad. El pino en el centro del patio, los siempre verdes a modo de cerco a mi derecha, las ventanas pequeñas de mi habitación en lo alto de la casa.
Dina juega con una rama y viene toda contenta moviendo su cola a echarse al lado mío al rayo del sol, me gusta acariciarle la panza y de paso no estoy sola.
Apoyo mi espalda en el inmenso tronco del árbol y mientras las hojas vibran al compás del viento me sumerjo entre olas, piratas y tesoros.
Escucho un ruido y unos pasos que se aproximan hacia donde estoy de manera sigilosa, es mi hermana ¿qué querrá ahora? Basta que esté tranquila para que aparezca…
Me hago la desentendida y sigo leyendo, quizá se aburra y se vaya… pero no. Se sentó al lado mío y con una voz más suave que el vozarrón de costumbre me dice: Noemì… ¿Te puedo hacer una pregunta?
Cierro el libro pero antes marco con una hojita seca la página en la que estaba y la miro. Su cara expresaba más curiosidad que de costumbre así que le dije: Si, decime.
Dámaris me contó entonces que mamá y papá habían estado hablando sobre una chica del barrio y que mamá se había puesto mal cuando dijo la frase “Verónica perdió el bebé”.
A continuación Dama me miró y me dijo un tanto desorientada: ¿Cómo es posible que Verónica pierda el bebé? ¿Acaso se le cayó de la panza y salió corriendo o lo dejó en algún lado y se le perdió? Convengamos que no debe ser muy difícil encontrar un bebé perdido, alguien debe de haberlo visto…
No pude evitar reírme un poco ante la conclusión que mi hermana había sacado de la situación, pero yo sabía que eso no es lo que pasaba cuando alguien “perdía el bebé”.
La miré y de la forma menos dura posible le conté que la palabra “perder” en estas ocasiones era una forma más sutil de decir que el bebé había fallecido.
Sus ojos se llenaron de tristeza y con la cabeza baja me dijo: Ah… no sabía que eso podía pasar, pensé que todos se morían después de haber nacido…
La abracé un rato y le seguí leyendo mi libro que pareció gustarle y la distrajo de la charla que acabábamos de tener. Sin embargo, yo no me pude concentrar en lo que leía, mi mente se había ido lejos, más allá del ruido de los árboles, más allá del chirrido de los teros y de los ladridos de Dina que ahora perseguía una mariposa. Mi mente estaba en otro lugar y pensé, qué bueno sería, que de vez en cuando, las cosas sucedieran como en la imaginación de mi hermana.

Chini