Fernando estaba agotado. Fernando quería escaparse. Su mamá trabajaba todo el día, su papá los había abandonado y su media hermana, Carina, lo detestaba. Fernando, no aguantaba mas esta situación. Al colegio no quería ir, no hacía su tarea y no le interesaban ni las clases de gimnasia. Su mamá volvía muy tarde y lo único que hacía era retarlo.
-¡Fernando, ponete las pilas! ¡Estoy harta de firmar malas notas!
Su hermana, quien era brillante en la escuela, se burlaba de él.
-¡Burro! ¡No sabes nada! Yo siempre voy a hacer mejor que vos.
Todas las mañanas se levantaban, tomaban un desayuno rápido y su mamá los depositaba en la parada del colectivo. Carina y Fernando viajaban juntos. Carina, pagaba el boleto y se ponía los auriculares. En cambio, Fernando se quedaba contemplando el paisaje. El colectivo hacía un gran recorrido. Pasaba por el barrio, por el centro y luego tomaba un camino en donde había árboles gigantes. Fernando decía que era un bosque. Su mamá y Carina lo miraban con cara extraña.
¿Qué bosque, Fernando? No hay ningún bosque acá. Se le dice reserva y adentro hay casillas. No digas pavadas. Decía su mamá.
Esa mañana, Fernando miró a Carina. Ella estaba con los ojos cerrados escuchando música. Pensó dos segundos y tocó el timbre del colectivo. Era la parada del “bosque”. Fernando se bajó. Miro desde la calle a su hermana y se dio cuenta que ella no se había enterado de su decisión.
Mientras Fernando cruzaba el cerco que separaba la vereda del comienzo del bosque se dijo a sí mismo: “No estoy tan lejos de casa. Además podría volver caminando y sino, que me busquen”.
Caminó muchísimo con su delantal y su mochila. Recorrió el bosque, miro cuán alto eran los arboles, tocó el pasto, divisó las aves que habitaban el lugar. Por primera vez, Fernando se sentía bien. Tranquilo y en paz. Siguió caminando hasta que llegó a un árbol, según él, el mas alto de todos. Decidió sentarse a comer unos sándwich de jamón y queso que su mamá preparó esa misma mañana para que almuerce en la escuela. Se los comió con muchísimas ganas y así como terminó de comer se hizo una bolita y se echó a dormir.
Fernando no pudo determinar cuánto tiempo pasó desde que se bajó del colectivo. Tampoco se podía imaginar si su hermana y su mamá lo estaban buscando. Lo que sí pudo determinar fue que algo lo estaba mojando. Pensó que se había largado a llover, pero no quería abrir los ojos. Pensó que eso era un bajón. Su mamá siempre decía “Si te agarra la lluvia sin abrigo, te enfermas seguro. No te mojes los pies” . Fernando estaba preocupado. Cuando abrió los ojos vio que en una parte del bosque no llovía pero sí llovia en donde estaba él acostado. Se le cruzó por la cabeza pensar que se había transformado en un dibujito animado al cual lo perseguía un nube tormentosa. Finalmente se despertó y se incorporó. No podía creer lo que estaba viendo. Era como una especie de oso… gigante. O era un monstruo. No podía diferenciar. Lo que sí pudo saber que no era que se había largado a llover, si no que este oso gigante estaba llorando al lado del árbol que él había elegido para dormir.
Lo tocó. El oso miró para abajo y se asustó.
Tranquilo, le dijo Fernando. El oso se secó las lágrimas. Y lo miró profundamente. El oso se arrodilló para estar a la altura de Fernando. Lo seguía mirando. Fernando quería correr hacia la calle y tomar el colectivo como sea. Empezó a tener miedo ya que el oso no hacía mas que mirarlo con atención. Lo miraba, lo olía. El pensó que se lo iba a comer. Recordó que en el tupper le había quedado un sándwich. Abrió su mochila lentamente y se lo dio a ese gigante. El oso sonrió y se lo devoró.
Fernando se presentó y le preguntó por qué estaba llorando. Ambos se sentaron en el suelo. El día estaba hermoso. El gigante le dijo:” Yo me llamo Ariel y vivo solo acá. Me escondo porque la gente se asusta. Por eso acá no viene nadie. Pero yo era como vos, ¿sabes? Trabajaba en un almacen del barrio. Un día me enojé con mi familia y les desee lo peor. Me vine a caminar por acá solo… me quedé dormido y me desperté con pelos en el cuerpo, dientes gigantes y filosos. Nunca supe si mi familia me buscó o no. Una vez vinieron unos policías, estaban con linternas y armas. Yo me asusté y los asusté. Después no vino nadie más, salvo vos.”
Fernando, se vió reflejado en la historia de Ariel. Le dijo que él se había escapado de su casa. Ariel le dijo que vuelva. Que no haga esto. “Tu mamá te debe estar buscando desesperada. Volvé”
Fernando le dijo, “Estoy perdido, no se cómo.”. En ese momento, sienten unos ruidos a sirenas.
A lo lejos, ven como unas personas entran al bosque. Gritan, hacen ruido, entra hasta una camioneta azul. Finalmente, oyen que una señora vestida de azul grita “Fernando, hijo, por dios.”. Fernando se da cuenta que era su mamá, va corriendo hacia ella. Hasta que llegó a un punto en el que no pudo correr mas. Se dio cuenta que estaba siendo espectador de esa búsqueda. Vió a su mamá llorar al ver su mochila tirada en el suelo. El quiso gritar pero su mamá no lo escuchaba. Solo lo escuchó a Ariel quien le dijo “volvió a pasar. Lo siento mucho”.
Mica.